Subíamos por la carretera y paramos a hacer unas fotos del paisaje. No por nada en concreto sino para tener un recuerdo de aquel día de excursión.

Aparcamos en un pequeño descampado, al lado de un barranco. Abajo, las aguas del pantano.

Nada presagiaba “el tesoro” que había abajo: me limité a mirar el horizonte y el fondo del barranco.

Pero si: allí estaba.

La caída fue tremenda, no solamente por el recorrido antes de parar…

sino también por la altura: la imagen del barranco habla por sí sola.

Intentamos bajar por un trazado paralelo por donde había caído el coche.

Y por el camino nos íbamos encontrando las diversas piezas que éste había ido dejando en su viaje al abismo.

El parachoques ya daba una pista de que vehículo podía ser. La matrícula (de Lleida) indicaba que el coche era de la zona.

A medida que bajábamos el camino se volvía más inclinado, lo que nos hizo abortar la operación puesto que empezaba a ser peligroso.

Regresaríamos unos días más tarde e iríamos por otro camino pero antes de irme apuré el zoom para saber qué coche era. Difícil saberlo.

Aproximadamente, unas tres semanas después, bajamos de nuevo. Esta vez, por otro camino: más largo pero más seguro.

Salimos de dudas: un BMW serie 3 (e36).

No: afortunadamente, dentro no había ningún cadáver.

Y detrás, parecía ser que tampoco.

Lo que jamás sabré es si realmente fue un accidente de tráfico o simplemente se trató de un coche robado que acabó allí para no delatar al ladrón.